
viernes, junio 12, 2009
Al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos.

Ya no recordaba cuánto detestaba los domingos por la tarde, el sentimiento nauseabundo de la sensación de claustrofóbica angustia, las miles de horas que morían sin irse de cuatro a diez. Aquel domingo, para huir del hastío, le pinté las uñas de los pies de todos los colores, y jugué a ser explorador quieto bajo la manta de lluvia. Después ella ideó la forma perfecta de despedirse para siempre, una forma de corazón y cuando terminó solo eran las seis...
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